Poemas Inermes (2012)
Poemas inermes es una confección artesanal de poemas sociales, tejidos con la materia prima de la historia y la cultura; donde el dolor y la dulzura se revelan inermes: se desnudan a flor de piel sin otra arma más que la palabra. Por tanto, procuro construir un haz de nudos entretejidos, donde la palabra pueda realizar su épico viaje de regreso al agridulce habitud de nuestros pueblos.
Sitawala
En una agreste trocha camino al río Wangki
rumbo a Sitawala
entre Leimus y Waspam
hay una cavidad donde alcanzaron inermes huesos
que el tiempo expió
- sangre a sangre de hermanos -
en un vendaval de apretones de mano
que enaltecieron la pulcra desnudez de la traición
hoy este nicho yace bajo un montículo colmado de maleza
donde se postran 35 semillas de flor de pino
cada 23 de diciembre se escucha un susurro marino
entonado desde el fondo de féretros impunes
cuya cadencia embriagadora
nos remite al origen de los hombres del agua
cuentan que al apretar dichas semillas entre las manos
su furia se transmuta en férreos moluscos
cual corazas bruñidas de cianuro y mercurio
que no sucumben al retrato lánguido de los güiriseros
capaces de forjar la afilada delgadez de sus canoas
cortan la bruma fluvial de un tajo
cambiando así, el curso de su historia
y solo desde ese momento
el salitre de las costas
el caudal de los ríos
el vapor de las selvas
y el frío de los llanos
transfiguran un universo embravecido
violentamente atestado de almejas doradas
que aspiran
- en contenido grito -
seguir siendo hombres del agua.
(A la memoria de los Miskitu de la Navidad Roja)
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La milpa
Hoy no coseché la milpa
me fui a cortar flores que estallan
entre las grietas de estas 45 tumbas
son flores silvestres que no he visto en los altos montes
donde nuestros padres sembraban lunas en los días inertes
mis abuelos cuentan que no son flores de jarrones
porque germinan dentro de huesos calcinados por el olvido
son flores que buscan pellizcar el cielo
por eso crecen con tallos firmes a pesar de la fría ventisca
que peina las montañas en los atardeceres
hoy no coseché la milpa
vine a cortar estas flores de tallos erguidos
que siembro bajo mi catre
para escuchar sus plegarias
que entre sollozos
- un día de diciembre -
mortales chasquidos congelaron sus latidos.
(A la memoria de Acteal)
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Minúsculos pasos sobre el barro
Busqué mis huesos entre las raíces
entre el chuño enterrado
el musgo
en el huerto de papas
ahí no encontré mi inocencia en trencillas de lana
en fibras de lino
papel ausente
ni en barro adherido a mis muñecas
manos
rostro
pies
busqué mis huesos en los altos montes
en los surcos anónimos
bajo piedras de ríos difuntos
no busco minúsculas huellas moldeadas
en mortal fango de piscigranja anochecida
ni petrificado miedo ceñido al diafragma
tampoco eufórico óxido de casquillos fame
vengo a encontrarme a mí
- niña de ojos violentamente apagados -
bajo el claro lunar
detrás del cráter más alto
cuyo vértice dibuja historias de niños tibios
acurrucados con canciones de cuna
en hamacas tejidas con sueños.
(A la memoria de Putis)
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La hierba entre los rieles
la hierba que brota entre los viejos rieles del sur
conoce los silbidos de aves peregrinas que vuelan
en bandadas clandestinas
en busca de escondidas semillas doradas
esa hierba que reverdece entre los viejos rieles
desconoce inmovilidad
inanición
zozobra
pavura
tampoco dilatación finita de cuerpos fragmentados a contraluz
que lastiman la mirada
- porque no se puede ver lo arrancado con los ojos-
ya no hay arraigo
no hay vuelta atrás
no hay senderos vencidos que añorar
así la hierba puebla incansable las huellas de las aves
estrellando sus silbidos contra impune silencio
pero a cada atardecer vuelven miles
y entre el latido de los rieles
la hierba inagotable las seduce
con infinitos ensueños de semillas doradas.
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El canto que nos arrulla
Cuando la tarde cae vencida detrás de los vértices de la ciudad
la noche desencadena su debut
sobre los letreros de neón
abarrotados de soledad
uno comprende el postrado silencio
de esos lánguidos rostros
en el transporte público
Como si alguien musitara entre los pasajeros
¿Hacia dónde vamos?
el sudor destilado de los trabajadores
sobre concreto de atalayas de oro
es el umbral de una tonada inescrutable
que nos abraza con ímpetu
hacia el fondo de las cosas simples
sus conciencias no valen menos
que el oro en bruto
especulado
por hombres de cuello blanco
que siembran rascacielos
con detritus rezagado
y cuando se tiene la certeza
de que una estructura omnipotente
nos adormece con su canto de sirena
embriagando la voluntad popular
en los púlpitos
medios
e instituciones del verbo demagógico
advertimos un humilde significado
en la mirada lúgubre de nuestros semejantes
es ahí cuando desciframos
dulcemente
el canto que nos arrulla.
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Frágil cometa de papelillo
Alguna vez siendo niños
nos señalaron un cometa hiriendo el manto oscuro
como destello consumador de deseos
nos susurraron: se cumple si lo pedís apretando los parpados
a contraluz
acurrucados nos relataron
que la sangre floreciendo en minúscula herida
no es más que dulce néctar inocente
queriendo iniciarse a merced del viento
cual frágil cometa de papelillo
y nos enseñaron a girar radiantes al compás de la luna
como crías de bajo vuelo
pero aprender contragolpe a izar un gatillo
incrustar ágil luminiscente bala
sobre la delgadez nocturna
entre luces de bengala
empuñando rifles
de un juego infalible
antes de peregrinar
sobre verdes pastos
entre chispas de acné risueño
fulminante:
supera los trucos mágicos
cultivados por nuestros semejantes
para siempre.
(A Marlon, un niño soldado)
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Los cables atestados de pájaros
He visto los cables de alta tensión
tiritar frente al telón del crepúsculo
atestados de hierbas con pájaros
que aferran sus patas
tanteando la elasticidad de la noche
para sucumbir en sonidos de sirenas
adelgazadas en ecos
donde solo el miedo
anida
¿Cuántas veces hemos pensado que la tensión de estos cables
equivale al nervio de un régimen hilvanado
con insospechadas fibras
izadas
por manos que sopesan olímpicas palabras?
Ciertamente
la inercia con que asumimos nuestros designios
ante el estribillo encampanado de viejos templos
la ternura con que cedemos nuestros cuellos
al suave palpo de nuestros verdugos
la hipócrita voluntad con que estrechamos
nuestra mano al corazón
entre una multitud
encandilada por banderas
símbolos
himnos
legitima nuestra indolencia
nos conduce sobre justificados cables de sangre
donde
- malabáricamente -
desfilamos cual cuerda floja
equilibrando mordidas
picoteos
y heridas
de afilados
violentamente afilados cantos de sirena.
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El curso de los pájaros
Muchas veces
cuando creemos describir fidedigno
el vuelo de una bandada de pájaros rompiendo el ocaso
pensamos que el verbo expuesto nos brota
como la miel de las abejas
pero cuando advertimos que la tradición
y un sistema de cosas impuesto
nos remite a una cadencia de voces enigmáticas
que coreamos alguna vez al filo de la inercia
nos descubrimos desnudos
resentimos las consecuencias de nuestras palabras
y nos justificamos amparándonos
en el rígido puño del poder
pero al revelar el néctar en el brío del pueblo
nos acoge un crucial dilema
y sintiéndonos capaces de cambiar
el curso de los pájaros
ya no volvemos a ser los mismos.
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Sus tesoros más preciados
En los sombríos ángulos de la ciudad
los contrastes se abofetean
la esculpida soberbia
insulta
se esconde frívola
detrás de los polarizados
se advierten contornos de niños trigueños
simétricamente incorporados en las banquetas
finamente dibujados como afiches de fundación
ellos se ganan el pan elevando la compasión de los transeúntes al último eslabón
- donde la dignidad se rompe el diafragma con el peso de la gravedad -
juegan con los hilos invisibles de la miseria, inocentemente
contraen pausado el pulso de sus sonrisas
como descubriendo
- en su vigor pueril -
que no son iguales
a los muñecos de escaparates
que se estremecen
con la tierna mueca del dinero
no tienen trucos que presumir
más que el filo de sus semblantes
que hieren de un tajo
la dentellada del crepúsculo
sus padres aún arrastran el olor a tierra
transfiguran el éxodo del despojo en su lengua
desconocen la armoniosa articulación de su voz
ignoran la textura
y profundidad de sus raíces
y aunque se avergüencen de su herencia
en la inanición de sus miradas
se pueden descifrar
- en soporífero lenguaje -
sus más preciados tesoros.
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El Escondite
Nuestro silencio musita el repique de sus conteos
apretando diafragma
meditamos fracciones entre cada número
interpretamos el eco de sus botas
sin la euforia de sus coordenadas
mientras nos buscan
inmutable esperamos
no cerramos los ojos frente a sus linternas
no nos ciega su metálica luz
no decodificamos sus murmullos
sus cuerpos
rostros
figuran amorfas siluetas
intempestivas
tampoco olemos a tierra
moho
sangre rancia
no reconocemos estos huesos
tampoco el color de estas dimensiones
paredes
ladrillos
nos advertimos viejos
soñados
llorados
recordados
bajo tierra
- nos encontraron -
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Apología de una legión crepuscular
El espinoso recorrido de las hormigas entre las rendijas de los adoquines, germinados con zacate, polvo y hollín, evoca la odisea de aquellos seres de ojos brillantes que con sueños a cuesta, eufóricos cruzan fronteras pobladas de monte, pólvora y muerte.
Siendo capaces de domesticar el calor de sus cuerpos y el olfato de los ofidios, descifran las coordenadas de los atardeceres. Sopesan el fulgor dentellado de los crepúsculos sobre muros de sangre, que escalan, esquivan o rompen para recordar que los sueños también anochecen y amanecen inmunes. Así los sueños menguan como el ocaso y aumentan su intensidad como la aurora. Nunca perecen porque renacen en una olímpica estampida crepuscular, dispuestos a todo, incluso neutralizar la sabia de sus raíces y no ver más el reflejo de sus rostros en las charcas del camino.
Por eso humedecen sus glándulas con el sabor etéreo de la comunión y afinan el eco de sus pasos con el lánguido silencio del destierro, sobre cementerios de souvenirs varados en la arena.
La diferencia. Quizá la única diferencia, es que las hormigas no llevan el coágulo peso de una apología.
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Las piedras que suscribo
En estas viejas ruinas sitiadas por arbustos
flores
insectos
cuento piedras anónimas que un mito no reclamó
suscribo cada una estrujando el silencio
para escuchar milenaria exégesis del maíz
y el pedernal
en dilatadas voces
que se adelgazan a contraluz
solo las plantas que crecen entre las grietas
atajan alturas que estas voces no alcanzaron
pero en recónditos parajes
- épicamente desgarrados -
entre venas destilándose
gota a gota por la historia
hoy
- etéreo -
incrusto estas piedras sobre el vacío.
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Con perdón de los cuervos
Lanzar un racimo de convicciones de un puñado de hombres dorados
a un cráter de la luna
es discutible
pero lanzarlo a un cuarto de siglo
de haber extraído gota a gota
el néctar de sus ojos
edificando colmenas
finamente talladas a contragolpe
es traición
domesticada traición
con perdón de los cuervos.
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La historia revolucionaria de un país
La historia revolucionaria de este país es un nido desnudo de osadías y laureles
hermosa historia para contarla apretando el pecho con emoción de niño
no obstante
en su épico crisol de fulgores expectantes
yace una tragicómica nube que nos envuelve a sus anchas
y nos hace sucumbir apasionadamente
de bruces al pasado: no nos deja ver el presente/futuro
y eso
teóricamente
es peor que la sangre.
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Paradoja de un poeta
Escribir que tu gobierno muera, lentamente, sin dolor y sonriente; no es digno de un poema ni mucho menos de un panfleto. Pero si disparas directo al pecho del que resiente tus preceptos, porque justo ahí se pasea, marcha, y hace malabares la rebeldía, es todo menos un decreto.
¿En qué quedamos?
Mejor te cambio un decreto por un poema: mi decreto será que muera tu gobierno con dolor, sin sonrisa y profunda agonía y tu gobierno escribe un panfleto, donde la rebeldía vaya marchando, haciendo malabares, rumbo al pecho de un poeta.
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He llegado
He llegado
siento tu aliento de salitre amanecido
me quito los zapatos
camino descalzo
-estoy en tierra sagrada-
beso la humedad que contiene
respiro el aroma a madera y coco
coloreo tu mueca verde, amarilla
azul
interpreto viejos rostros
canto y bailo
sonrío
susurro tu nombre
aquí estoy
he llegado
invoco a los muertos
una fotografía amarillenta
mi infancia
una plegaria
un reproche
una fiesta en mayo
un aguacero
un bochorno tropical
he llegado
tu sed me abraza
desconozco tus vigilias
rezos
lujuria
melancolía
he llegado
adviertes mi regreso
y lloro despacio.
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La hora fugitiva
Llegó la hora de migrar
ya no encuentro talismanes bajo las piedras
tampoco sales cósmicas
disecadas en el barro
la bandada de pájaros que se postra en mi ventana
ya no picotea los ecos del oráculo
se estamparon en el lienzo del crepúsculo
sus cantos ya no componen sinfonías matinales
más que uniformes cantinelas
insondables
algo carcomió sus últimos signos
han huido del reverbero de las sirenas
y de la mirilla del miedo
llegó la hora de migrar
y aún no desempolvo estas alas
arraigadas a estas hiedras
que han devorado su plumaje
y anidado en mis cavernas.
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Bluefields en su violenta soledad
La soledad en Bluefields
se nos presenta a tientas, sigilosa
detrás de la efigie de oro con el símbolo del dinero
corre el velo su ambigua carcajada
los acomplejados la ignoran
hurgan minuciosos sus bolsillos
comprimidos en una botella a medio litro de soledad
y otro de exhibición
el soul en los bares diluye el tiempo
la estridencia de los altavoces en los taxis satura un tercio del espacio
y el jubiloso grito de los más jóvenes rompe la barrera del pudor
solo en contemplativo silencio
advertimos un generoso viento que evoca la bahía
un pasado
que narra su historia en complicado lenguaje marino
nadie se atreve a invocar la soledad públicamente
ella sabe cuándo, dónde y cómo llegar
pero en las oscuras ausencias de la luz eléctrica
se nos presenta a tientas, sigilosa
vestida de radiante mujer
coquetísima
dispuesta a suministrarnos
una sobredosis de violenta soledad.
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Ciudad pendular
La ciudad de México es un enorme péndulo
que gravita sobre sus cimientos
sobre un código cósmico
se mueve despacio
para no perder su pose
de mujer taciturna
desplazándose a tientas
mira de reojo su pasado
para no extraviarse en su futuro
a lo lejos
pueden verse sus sombras
y destellos tiritar
figurando a alguien musitando
como queriendo decir algo
con sus manos y ojos
inmutable
la ciudad de México es un cráter que implota
desde sus cuatro puntos cardinales
como hongo atómico devorándose así misma
porque en ella el universo
muere
renace
al filo de sus designios
todo lo engendra
todo lo devora
quien pretenda vigilarla
medir su temperamento
se pierde en sus recónditos caminos
porque sólo ella
–y nada más–
puede superar la velocidad de su luz.
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Centenario
A los que construyeron piedra a piedra
la historia ignorando el lenguaje del infinito
y exorcizaron el nervio de la tierra que no los vio nacer
A los que por soberbia se les escapó la pureza de la palabra
País
y prefirieron el elogio de los monumentos
Hoy les decimos
– sin más palabra que el enunciado cortante de la sangre -
¡Que no limpiaremos más la mierda de pájaros que cae sobre sus estatuas!
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Vértices en el sol
Mientras ellos
traidores en carruajes
con pompa y verborrea
raspan sus camellos
en su ínfimo ojo de aguja
- yo -
dibujaré vértices en el sol.
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Despedida de un pájaro dormido
El día que te despediste
te encontré convertido en pájaro
esa tarde en la calle
llegaste volando sin ninguna bandada
te paraste frente a mi
-soporífero-
¿Volaste tantos kilómetros íngrimo para despedirte
8 días después de tu partida?
te tomé inerme entre mis manos
acaricié tu plumaje
súbitamente despertaste y echaste a volar
Eras un pájaro dormido color café
de pecho rojizo
puntos negros y amarillos
¿Te acordás?
(a mi abuelo)
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