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  • Foto del escritorLarry Montenegro Baena

Morning Star: la bandera que busca encumbrar su libertad.


Militantes de Organisasi Papua Merdeka (OPM)



En la década de los 60 en todo el mundo se avizoran resplandores de esperanza a pesar de la latente amenaza nuclear y tensión de la guerra fría. En este contexto, muchos hippies de todo el mundo se concentraban en las alturas del Himalaya buscando ese fulgor de renovación espiritual en el Tíbet, mientras en las faldas de las altas cordilleras de los Andes, el Che buscaba una luz de liberación para los pueblos latinoamericanos que renacerían de las injusticias causadas por experimentos económicos esgrimidos desde las grandes bolsas de valores, con beneplácito de regímenes militares domésticos.


Irónicamente, en esta coyuntura las sagradas alturas de Papúa Occidental, incluyendo la Provincia de Papúa, aún más altas que los Andes y el Himalaya, serán profanadas y despojadas de su luz.


El 1 de diciembre 1961 Papúa Occidental declara su independencia, dejando atrás al viejo colonialismo de los Países Bajos. Sin embargo, en 1962, mediante el denominado Acuerdo de New York, este cede la tutela temporal de Papúa Occidental a un organismo de la ONU llamado UNTEA entre el mes de octubre de 1962 a mayo de 1963, mientras se preparan las condiciones para celebrar un referendo de independencia en 1969, en el que supuestamente participarían todas las tribus indígenas de la isla.


Pero en mayo de 1963, cuando Indonesia toma el control Papúa Occidental, internamente ocurrían diversos procesos políticos, económicos y sociales en ese país asiático y, mientras dichas transiciones se desarrollaban, las tribus de Papúa Occidental seguían sus tranquilas vidas como sencillos agricultores, pescadores, recolectores, cazadores, criando cerdos y cultivando huertos comunales en una atmósfera anclada a sus raíces, ritos, danzas y formas sustentables de producción conectadas profundamente con la selva, los ríos, llanuras y los mares.


La cultura de Papúa Occidental es Melanesia y la cultura de Indonesia prácticamente es asiático-austronesia. Pero a pesar de la ideología nacionalista de Indonesia, las tribus papuanas solían practicar su ancestral espiritualidad, adorando a sus deidades terrestres, fluviales, lacustres, sus montañas y picos sagrados en un mundo ajeno a los designios de la guerra fría y de la modernidad neoliberal.


Sin embargo, cuando el nacionalismo comenzó a increpar contra la relativa tranquilidad de los papuanos, muchos iniciaron una organización que perseguía una profunda autonomía, la cual conducirá eventualmente a la búsqueda de la secesión. 


Ya en julio de 1969 bajo el mandato del dictador Suharto, se prepara el prometido referendo de independencia para decidir si continuar bajo el amparo de Indonesia o apelar a la separación. Sin embargo, poco antes de este sufragio, los papuanos ya venían sufriendo sistemáticas amenazas por parte del ejército indonesio. Entre intimidaciones y compra de conciencias, muchos fueron sentenciados a muerte si estos votaban en contra de la asimilación de la cultura indonesia y a favor de la independencia.


El día de la elección, de la población total sólo fue elegido un reducido porcentaje para ejercer el voto, entre ellos, algunos líderes tribales cuidadosamente seleccionados por el régimen colonial, bajo la sombra amenazante del ejército.


Es así que, tras este fraude de esta amañada votación enmarcada en la Ley de Libre Elección, celebrada sin supervisión internacional el 2 de agosto de 1969, Papúa Occidental pasó de estar bajo cualquier responsabilidad administrativa de la ONU, al control definitivo de este país asiático. Desde ese momento, el Movimiento Papúa Libre o Organisasi Papua Merdeka (OPM), fundado en 1965, [cinco años antes del referendo] se internó en las espesas montañas resistiendo desde sus trincheras, armados con flechas, lanzas y un reducido armamento moderno. 


Simultáneamente surgió también un amplio movimiento civil y académico en las principales ciudades de Papúa Occidental, que izará, en multitudinarias manifestaciones, la bandera de Papúa Occidental o denominada Morning Star.


Esta bandera está prohibida por los gobiernos indonesios desde antes de 1969 hasta el día de hoy. Por izarla u ondearla, han muerto cerca de 100,000 papuanos en manos de la policía, paramilitares y el ejército indonesio.


Entre brutales represiones a las marchas independentistas, donde reluce la Morning Star, también existen cientos de miles de exiliados, presos políticos pero, sobre todo, presos de conciencia.


Una de las razones por la cual Indonesia sometió a Papúa Occidental bajo su dominio, en contubernio con los intereses de países como Estados Unidos, Australia y países de la Unión Europea, es por los ricos yacimientos de petróleo, recursos madereros, pesqueros, suelos para agronegocios y el rico subsuelo para la extracción minera, etc. que codicia un puñado de corporaciones occidentales y asiáticas.


La justificación de la ONU, los organismos financieros internacionales y otras potencias económicas, no permiten desde hace décadas que los papuanos forjen su propio Estado independiente, sostenible e intercultural. Esto debido, básicamente, a los prejuicios racistas de occidente, al considerar a los papuanos incapaces de constituir una economía "desarrollada" a la usanza de los países occidentales o, al menos, como la de algunos países asiáticos, debido a su supuesto atraso cultural, tecnológico y científico. 


En cambio, occidente prefiere adueñarse de las materias primas mediante contratos de arriendo y asociaciones con el Estado indonesio. Por esta razón, no es casualidad que Indonesia regule desde los años 60 todas y cada una de las concesiones de explotación sobre los recursos que milenariamente le pertenecen a las tribus de esta gran región insular. 


De todas las explotaciones agroindustriales, mineras, petroleras, madereras o pesqueras, los papuanos no sienten que ese desarrollo sea beneficioso para sus territorios biológicos y sus formas ancestrales de relacionarse con los entornos ecológicos. Los papuanos ni siquiera gozan de autonomía administrativa para decidir sobre cómo podrían aprovecharse sus recursos naturales. Por ejemplo, la autonomía especial concedida a la Provincia de Papúa, que es donde se encuentra la Mina Grasberg, no tiene competencia política ni atribuciones firmes para vetar la explotación minera que se cierne sobre esos picos sagrados. 


Al no existir la consulta previa, libre e informada en las regencias papúes, las autoridades indonesias facilitan expeditamente cualquier inversión en menoscabo de los derechos colectivos y de la naturaleza. 


Por ejemplo, compañías francesas tienen concesiones de explotación de uranio en la península de Bird’s Head. Los Estados Unidos, El Reino Unido, Australia, etc. tienen generosos permisos de extracción de petróleo, gas natural, oro y cobre. 


El capital japonés y coreano extrae madera en los bosques y manglares de la bahía de Bintuni. 


Otras asociaciones asiáticas y europeas explotan minas de níquel y cobalto de la isla de Waigeo y todas, sin excepción, están amparadas por las leyes indonesias y protegidas por el ejército indonesio. El ejército, además de hostigar a las comunidades costeras y del interior de las llanuras, le garantiza a las empresas la violenta expropiación de grandes extensiones de suelos, subsuelos y bosques primarios. 


Muchos grupos indígenas han sido desplazados por las mineras, petroleras, gasíferas y actualmente gran parte de las poblaciones mueren de hambre o enfermedades curables porque los animales que tradicionalmente cazan se han extinguido por la tala indiscriminada, lo mismo ocurre con las plantas medicinales que desaparecen por la pujanza de ese extractivismo predatorio que no da tregua a la regeneración de los suelos, a los bosques y selvas tropicales, ni a los mantos freáticos o acuíferos que propician la vida.


Los Korowai, por ejemplo, cada vez se ven obligados a bajar de los árboles sobre los que construyen sus tradicionales casas hechas con imbricadas varas y lianas, revestidas con tallos de rota, cortezas de árbol y hojas de sagú, sobre las tupidas copas del palo de hierro, una especie de árbol endémico muy codiciado por las madereras asiáticas.


Lo mismo ocurre con los Kamoro y otros grupos tribales que utilizan algunas maderas tropicales de sus selvas para tallar sus ancestrales esculturas. Los talladores Maramowe, por ejemplo, ya no encuentran maderas nobles, debido a la tala de la selva que da paso a las agroindustrias multinacionales que explotan pulpas, resinas y aceite de palma. 



Como podemos enterarnos, este es un colonialismo paternalista, racista y extractivista que subsiste en pleno siglo XXI. Su existencia en sí mismo es criminal, ya que contradice los principios del derecho internacional y los valores occidentales de los derechos humanos. Paradójicamente la comunidad internacional hace caso omiso al clamor de los papuanos y se escuda en el fomento a ese supuesto progreso económico para paliar con la pobreza de estos pueblos, contribuyendo al relato unitario, desarrollista y productivista de los gobiernos indonesios.


Papúa Occidental es una enorme extensión terrestre de más de 420,540 km² con una cordillera central de más de 1,000 km que se encuentra suspendida sobre las aguas del océano pacífico, con sus numerosos archipiélagos de atolones e islas adyacentes. En contra de la voluntad de los papuanos, este enorme territorio ancestral es utilizado por Indonesia, después de la isla asiático-austronesia de Borneo, como el último proveedor de materias primas, sin importarle el alto costo ambiental ni las consecuencias que implica para la vida de los aborígenes.


Este país asiático, que nada tiene que ver con la cultura nativa de Papúa Occidental, desde los años 60 pretende imponer por la fuerza las costumbres, religión, símbolos y valores de la cultura de Indonesia, en detrimento de las subjetividades relacionales y epistemes nativas. Las expresiones simbólicas y cognitivas de los papuanos son despreciadas por este colonialismo marrón, pues, la espiritualidad papuana concibe el cosmo, el consumo doméstico y la producción sostenible bajo una inmanencia integral, fuertemente vinculada a los elementos bióticos que componen sus territorios de vida. Y, como bien sabemos, el extractivismo rapaz ve sus recursos naturales como meras fuentes de riqueza. Nada más. 


Por esa razón, desde la década de los años 60, el Estado colonial indonesio promueve la evangelización cristiana, pero sobre todo el islam, que es la religión oficial de Indonesia, con el fin de erradicar la cosmovisión animista que los indígenas tienen sobre la naturaleza, ya que sus nociones míticas y espiritualidades reaccionan a la acción acumuladora, instrumental y depredadora de las corporaciones extranjeras. En cambio, las religiones monoteístas, celestiales y antropocéntricas, no escatiman la instrumentalización de la naturaleza y, en lugar de preservarla con una perspectiva biocéntrica, reafirman la racionalidad del modelo civilizatorio que no concibe los recursos como finitos y comprende al ser humano como único acreedor de la creación.


Además del Islam, otra herramienta de dominación es la Pancasila, que es la doctrina oficial del nacionalismo indonesio. Con ambos dispositivos ideológicos, la violencia de este colonialismo marrón se cristaliza desde 1969 al soslayo de la comunidad internacional. 


El golpe más duro para las tribus Amungme y Acari, ha sido la destrucción de una montaña sagrada conocida como Monte Jaya, que veneran desde tiempos inmemorables, cuya superficie y sustrato fue excavada desde 1967 por la multinacional FreePort-Mc Moran Copper & Gold Mine Inc.


Esta megaminera estadounidense situada en la actual Mina Grasberg, ha lanzado desde entonces toneladas de lodo tóxico al río Ajka y ha obstruido el curso de los ríos Sungai y Minajerwi, extinguiendo diferentes especies de peces, crustáceos, moluscos y otras especies fluviales de las que se alimentan las tribus de las riberas.


Los árboles se asfixian por los desechos mineros postrados sobre las raíces, los huertos comunales se tapan, el ecosistema lótico perece por la ingente cantidad de residuos químicos vertidos sobre los afluentes. Los animales silvestres migran a otras áreas selváticas o simplemente desaparecen, ya que las madereras avanzan cada vez más, dejando a su paso suelos áridos, bosques talados o zonas completamente socoladas aptas para el monocultivo.


No hay tregua para la vida y la cultura milenaria de los papuanos. 


Los Kamoro ha sido uno de los grupos más afectados, pues, como podemos apreciar, no sólo han perdido gran parte del sustento de los ríos, plantas y animales de su territorio, sino también los recursos para reproducir su cultura. Cada vez escasean recursos como el sagú, las aves endémicas paradisaeidae que les proveen majestuosas plumas para decorar sus atuendos y otros insumos naturales para fabricar sus canoas conocidas como sampai.


Todas las culturas ancestrales de Papúa Occidental están estrechamente ligadas a sus montañas, selvas, ríos, lagos y mares. Pero si las ideologías de la modernidad; el desarrollismo, el progreso, el nacionalismo, el racismo, el antropocentrismo y el etnocentrismo continúan: entonces habrá que construir una escalera digna que conduzca a estos pueblos hacia esa luz tenue que apenas tirita en el alba.


Sus montañas ricas en minerales, son parte de una pronunciada cordillera de 1,600 km en el pacífico melanesio, siendo el Monte Carstensz, en la Provincia de Papúa, el más alto del mundo con 4,884 metros de altura sobre el nivel del mar. 


Sin embargo, desde los años 60 aún cuesta ver ese lucero que siguieron aquellos hippies en las cordilleras del Himalaya o aquel guerrillero soñador en las faldas de las cordilleras andinas de Bolivia.


Aunque izar la bandera del Morning Star sea criminalizada por el dominio indonesio y violentada por los escuadrones de la muerte, habrá que subirse a la cúspide más alta de Papúa Occidental y, quizá con mucha suerte los papuanos logren ondearla libres frente alguna esquirla de luz liberadora entre la niebla marina, que, aunque no sea resplandeciente como la de su bandera, al menos la encenderán escalando, escalando mucho, mucho como aquellos soñadores.


Publicado el 25 de enero del 2012 en blogger

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